Por: Jorgelina Hiba
La lupa social mira cada vez con mayor atención a la industria de los alimentos, hoy puesta en discusión por grupos muy heterogéneos que reclaman volver a tener comida sana y accesible que priorice el cuidado de la salud por sobre los negocios. Desmenuzar los modos de funcionamiento de esa poderosa industria y poner de relieve las voces que salen a contestar esa hegemonía es el objeto de investigación de Soledad Barruti, quien estuvo en Rosario para presentar su libro “Mala leche”.
¿Hay más conciencia respecto a qué se lleva a la mesa?
Hay una realidad alrededor de los alimentos que es negativa en un montón de aspectos: por una parte los precios y lo que el supermercado hace con uno como consumidor ya que gastamos cada vez más para comer cada vez más basura. Luego está lo que ocurre en el campo con la información que llega sobre las fumigaciones, la sojización y como se expande esa información. Y finalmente la realidad de las personas enfermas alrededor de la comida. Todo eso genera que cada vez más personas busquen una mejor relación con los alimentos. Necesitamos construir relaciones saludables alrededor de la comida porque es algo que está en lo humano.
¿De qué forma se expresan esas resitencias?
Vemos expresiones creativas desde distintos lugares: grupos de mujeres a favor de la lactancia materna, grupos de crianza por una alimentación de verdad, grupos de consumo directo, productores, colectivos contra las fumigaciones, veganos. Son todas expresiones contestatarias contra un sistema cada vez más feo y siniestro que no nos da comida de verdad.
Vos hablás de una “ideología alimentaria”…
Si, el sistema alimentario refleja la construcción de un orden social , es el establecimiento de un mundo y la destrucción de otros alrededor que dejan de poder expresarse, es una autonomía cercenada por supuestos saberes de expertos, todo eso es una ideología construida con el capitalismo como base. Es algo político, y también son políticas las contestaciones que surgen. Comer es un acto político y contestarlo también, contestar esa ideología que nos trata como zombies y como seres a rellenar agrupa expresiones del feminismo, del derecho de los inmigrantes, de los indígenas, de la tierra, todo se suma porque todo está en riesgo cuando la aplanadora cultural te avasalla.
¿Con qué herramientas se revierte eso?
Hacen falta políticas públicas, regulaciones, y en Argentina no tenemos ninguna normativa aún. Hay que limitar las publicidades, poner impuestos sobre ciertos productos, prohibir las comidas azucaradas para niños en las escuelas y tener rotulados claros en los paquetes. Ese es el esquema que propone la Organización Mundial de la Salud y que otros países como Chile o Uruguay ya aplican. No hay que inventar nada, ya está todo estudiado, hay que tomar la decisión política de cuidar la salud de las personas por encima de un negocio.
¿Qué falla en Argentina?
En nuestro país la salud está bajo el ala de la agroindustria que defiende los intereses de la industria alimentaria. Somos el peor país de la región. Tenemos las mejores tierras, los mejores climas y productores que podrían hacer las cosas bien, pero hoy se impone el agronegocio de manera lamentable. Si hubiera decisión política podríamos repautar este esquema productivo.
Es un debate que también se deben los progresismos…
En Argentina el modelo productivo es el mismo no importa el gobierno, el progresismo tiene una deuda gigante respecto a eso y la verdad es que si bien hay sectores de la izquierda que toman algunas de estas cosas tampoco se piensa en la comida. Todavía hablar de alimentación sana, limpia y justa parece una locura de elite y se piensa que hay que garantizar el consumo posible que son las bebidas azucaradas, los snacks y las galletitas. Hay un error garrafal por falta de información y de ética para poder desabrocharse de esas empresas.