Llegados desde diferentes puntos del país, agrupados en organizaciones ambientales, organizados como grupos de vecinos, militantes de los alimentos sanos, personas preocupadas por el presente y el futuro de la tierra cercana y lejana, estudiantes, maestros, investigadores, huerteros, ingenieros agrónomos, artistas: todos juntos marcharon por las calles rosarinas para pedir acción y reflexión sobre los efectos socioambientales del extractivismo, que en esta zona del país se expresa en el modelo agroindustrial químico-dependiente y en otras regiones toma la forma de la minería a cielo abierto o el fracking.
Los barbijos, el símbolo elegido como emblema de la marcha, representan los peligros de formas de producción que proponen zonas enteras “de sacrificio” como costo a sus ganancias. Los efectos nocivos del glifosato, el agroquímico más usado y hoy también el más cuestionado del mundo, resume en una palabra lo que la marcha buscaba visibilizar: sin alimentos sanos no hay salud posible.
La manifestación, que juntó a varios centenares de personas, coincidió con la primera jornada del Congreso de Salud Socioambiental que cada año tiene lugar en la ciudad bajo la coordinación de la cátedra de salud socioambiental, desde donde también se organizan los campamentos sanitarios que operan en el territorio, como herramienta de evaluación de los efectos del modelo agroindustrial.
La elección de Rosario como lugar común para marchar no es casual: la ciudad es el centro comercial de la Argentina agrícola y fue también la primer gran ciudad del país en debatir y luego prohibir el uso del glifosato dentro de su trama urbana, lo que derivó en un programa agroecológico de reconversión para los productores de la zona.
Entre quienes marcharon estaban los vecinos de barrio Refinería, representantes de asambleas ciudadanas de Villa Constitución y San Justo, gremios como Amsafé y la multisectorial Paren de Fumigarnos, entre otros.