La postal se repite una y otra vez durante el verano y, una vez terminada la temporada, durante los fines de semana o los días feriados: el Paraná Viejo se parece hoy más a un boliche a cielo abierto o a una avenida en horario pico que a lo que en realidad es: un área de naturaleza protegida donde el Estado debería encargarse de cuidar el frágil equilibrio de un ambiente único que reparte múltiples beneficios ecosistémicos.
Motos de agua a altísima velocidad, embarcaciones de gran porte con música que se escucha desde centenares de metros y construcciones sin control ni criterio ambiental (se talan árboles, se instala luminaria, se hacen muelles que llegan casi hasta el centro de ese canal) conforman un paisaje que se repite cada vez más seguido y que atenta de todas las formas posibles contra el equilibrio ambiental del lugar.
Todo esto fue denunciado una y otra vez por algunos de los habitantes de ese rincón de Islas de jurisdicción entrerriana pero de uso masivo de los rosarinos, así como por organizaciones ambientalistas como El Paraná No Se Toca (EPNST) y Guardianes de Victoria de la otra orilla del Paraná.
Una de esas personas es Mariana Mina, responsable del ecocamping Los Benitos: “esto pasa hace un montón pero cada vez es más brutal y a nadie le importa. Hay yates con la música al palo durante horas afectando a todos a cientos de metros a la redonda. Llamar a Prefectura es lo mismo que nada a esta altura”, dijo.
A lo que pasa en el agua hay que agregarle lo que pasa en la tierra, donde el perfil isleño le ha ido dejando paso a un tipo de construcción urbana que nada tiene que ver con el paisaje del lugar ni con la necesidad de protección del Humedal: “están pelando la isla, esto se está llenando de construcciones, luces tipo reflectores, muelles de gran porte, se talan árboles nativos para poner palmeras, hay cero control en ese ámbito también” señaló.
Durante enero y febrero hubo denuncias de los ambientalistas por una seguidilla de fiestas electrónicas que se desarrollaron en algunos paradores sin autorización. Estas fiestas, además de estar prohibidas, generan niveles excesivos de ruidos, iluminación y basura que atentan contra la legislación vigente de protección de este área natural. El problema es siempre el mismo: la falta total de control por parte del Estado.