Con la flora nativa como bandera

Texto: Jorgelina Hiba//Fotos: Celina Mutti Lovera

*artículo originalmente publicado en la revista Pulso Ambiental de la FARN

Como la aldea de Astérix frente al invasor romano, el vivero de plantas nativas que César Massi construyó centímetro a centímetro en la localidad de Bigand, en el centro sur de la provincia de Santa Fe, es un espacio de resistencia e inspiración que nació, crece y se proyecta a futuro en el corazón de la zona núcleo agropecuaria argentina. Desde allí, cada día, este ex informático que se convirtió “gracias a su perro” en un especialista en flora nativa observa, estudia y comparte información sobre las especies propias de la zona, al tiempo que se involucra en debates públicos en torno a temas de la agenda ambiental, como la protección de los humedales y el arbolado urbano en un contexto de crisis climática.

Crece desde el pie

“El Tala” se llama la porción de campo, hasta hace pocos años abandonado, donde este naturalista trabaja con esfuerzo en el cultivo y reproducción de vegetación nativa, con foco en árboles y arbustos. “Arranqué haciendo un poco de todo, pero cuando se fue llenado de plantas dejé de hacer herbáceas (plantas con flores para jardín), porque lo que más me interesa es el arbolado público, siempre pensando a las plantas como herramientas para resolver el problema de resiliencia que tiene el arbolado frente a un clima más agresivo”, cuenta César. Agrega, además, que empezó a darles protagonismo a los árboles rústicos de la región del Chaco —como guayaibí, peteribí, lapacho, tipa colorada, urunday, viraró y lapacho negro—,
ya que su resistencia y porte pueden ser aliados de las ciudades del centro norte del país, donde los veranos son cada vez más intensos como consecuencia del cambio climático.

Pero antes del vivero y de la militancia socioambiental hubo una historia que comenzó, como pasa muchas veces, casi de casualidad y gracias a Barto, el perro labrador que durante muchos años fue el fiel compañero de César, cuando todavía vivía en Rosario: “Arranqué recorriendo los parques de Rosario para pasear al perro, el Barto, un bretón. Un día me senté debajo de un timbó y vi las ‘orejas de negro’ (el
fruto de ese árbol), las agarré y me puse a indagar más. Ese fue el principio”. Corría el año 2013 y César, que todavía trabajaba en un subsuelo como informático, empezó a investigar cómo germinar a esos árboles, que poco a poco fueron ocupando su patio y la vereda. Con curiosidad profundamente humana y tozudez autodidacta, comenzó a participar de grupos de Facebook sobre vegetación nativa, a sacarles fotos a las especies del arbolado urbano rosarino y a participar cada vez más de la conversación pública sobre el tema. “Me fui especializando en base a lo que veía en la calle, no conocía el monte ni el quebrachal todavía. Me puse a difundir lo que observaba y fue ahí que me contactaron de la Municipalidad para arrancar, junto a un gran equipo de trabajo, con un vivero de nativas en el Bosque de los Constituyentes (el parque público más grande de Rosario)”. Entonces la historia giró hacia el trabajo profesional con nativas.

 

La fábrica de nativas

A partir de 2015, César dejó atrás definitivamente la vida de oficina, pantallas y servidores para dedicarse a pleno al estudio y la reproducción de vegetación nativa, en el marco de un vivero público único en su tipo que funciona en el ámbito de la municipalidad rosarina. “Fue un proyecto muy lindo que todavía ahí anda, a full. Prosperó gracias al trabajo de mucha gente, como Diego Solís y otros que ya estaban allí, y luego pudo ser parte de una política pública de la Municipalidad”, recuerda, para subrayar que allí estuvo casi cinco años, hasta 2019. A partir de entonces decidió “patear el tablero” y empezar de cero en su pueblo natal, en Bigand, donde reacondicionó una porción de campo “que era un cardal de dos metros de alto”, donde construyó, a pulmón, el invernadero.

Al mismo tiempo, se adentró en un camino “casi más importante que el vivero”, como es el de la militancia socioambiental. Primero fue a través de las redes sociales difundiendo todo lo que aprendía sobre árboles nativos, para luego pasar a ser uno de los referentes del cuidado de la biodiversidad de Santa Fe, así como un actor muy activo dentro del debate por la Ley de Humedales —un debate legislativo que se discute desde hace más de una década— que busca darle un marco normativo al uso y cuidado de estos ecosistemas, que cubren más del 20% del territorio nacional. “Cuando entré al monte todo cambió. Fui a un quebrachal, en la zona de San Justo, en el centro santafesino. Fue la primera vez que vi un quebracho, y fue la primera vez que me di cuenta de la situación en la que estaban los bosques, porque la mitad del predio estaba talado, pelado con topadoras. Ahí vi lo bueno y lo malo al mismo tiempo”. Para César, su trabajo con las nativas es su mayor orgullo, ya que se combina con una forma de entender la relación con la naturaleza. “Las redes permitieron amplificar el mensaje y hoy vemos que existe algún tipo de política pública sobre esto, algo impensado hasta hace no tanto”.

Militancia 24/7

A esa primera visita al monte le siguió otra, y después otras más. “Ver los quebrachos pelados, talados, convertidos en postes, me pegó duro. Ahí me di cuenta de que se venía complicada la cuestión para los bosques”, recuerda César, para quien eso fue un antes y un después. “El vivero como trabajo no existe sin lo otro. Voy al monte o al humedal a trabajar, que es mi forma de disfrutar de los lugares. No se puede ser indiferente ante la destrucción, no podés ir a disfrutar de lo hermoso del paisaje y que después no te
movilice la quema de dos millones de hectáreas en el delta del Paraná, no podés ver los postes de quebracho pelados y que no se te mueva algo”, razona. Desde hace un tiempo, cuando empezó la quema a gran escala de los humedales del Paraná a principios de 2020, César se agrupó con gente que venía trabajando el tema más que nada desde dos organizaciones: la Red Nacional de Humedales (RENAHU), que congrega a personas de muchas provincias, y El Paraná no se toca, que se ocupa del bienestar del río desde hace un década y media. “Me terminé metiendo a fondo en lo ambiental por la quema de humedales sobre todo, porque la temática de los bosques en Santa Fe no moviliza tanto”.

Una agenda pendiente

¿Qué lugar ocupa la conversación ambiental en la Argentina hoy? Para César, el momento es preocupante
y el estado del debate socioambiental en la actualidad es malo. “Este debate queda pisoteado por una emergencia política y económica que no ayuda a hablar de ambiente, paradójicamente cuando más debemos hablar de ambiente. Pero la gente está con otras urgencias”. A nivel gestión, según razona, “es todavía peor”, ya que en este ciclo de retracción y ajustes masivos “nadie piensa en destinar fondos a cuestiones ambientales”, a pesar de las múltiples señales que ofrece casi a diario la crisis climática y que van desde las tormentas severas en la zona central del país a arbolados urbanos que ya no resisten los veranos, pasando por brotes históricos de dengue y afectación a la producción local de alimentos.
“Nadie está pensando en esto, pareciera”. “Hay cuestiones que son urgentes, como ciudades donde en poco tiempo ya no se podrá vivir o trabajar con veranos cada vez más cálidos y mayor cantidad de olas de
calor. O la cantidad de autos que entran y salen de las ciudades, o la adaptación de las ciudades a lluvias intensas cada vez menos excepcionales, porque se han convertido en normales”, enumera.

El desafío, entonces, es sostener esos debates, mantener la conversación pública sobre la agenda socioambiental en sentido amplio desde la práctica y desde la teoría, desde el trabajo con la tierra y desde el estudio, desde las redes sociales y desde las movilizaciones en las calles y plazas de todo el país. Todo eso al mismo tiempo hace César Massi, en un camino de militancia que alguna vez emprendió, sin saberlo, junto a su perro Barto.