Por: ingeniero agrónomo Fernando Martínez, ex Inta Casilda
En la Argentina, la forma de relacionamiento de la sociedad con el suelo, (el sistema de producción aplicado) es la Explotación agropecuaria (Eap), que como su nombre indica consiste en abusar, y/o destruir el recurso con el objetivo primario de obtener renta mediante la obtención de productos comercializables. En unidades de producción de subsistencia y autoconsumo los objetivos son otros pero puede afirmarse
que mayormente se aplica el mismo sistema. En todo el territorio nacional se practica Eap que destruye el suelo, cualquiera sea la localización geográfica de la unidad de producción, de su dotación de recursos, de su tamaño, de la condición de sus actores en cuanto a su clase social, nivel de instrucción, etc. Solo existen excepciones puntuales.
El deterioro del suelo ocurre de dos formas: por degradación, provocándole pérdida de calidad y por destrucción, permitiendo e incrementando la erosión, tanto hídrica como eólica. La degradación admite muy variadas formas: pérdida de materia orgánica y nutrientes, salinización, compactación, alteración perjudicial de la fauna y flora edáficas y otras.
En la amplitud territorial de Argentina la explotación agropecuaria admite muchísimos modelos productivos (MP), todos dentro del mismo sistema destructivo. Por ejemplo, en la región pampeana norte (RPN), el modelo productivo predominante en suelos de buena capacidad agrícola es el monocultivo sojero en siembra directa sobre suelo desnudo con aplicación mínima de fósforo y azufre. Está demostrado que este
modelo es deteriorante del suelo y se practica en millones de hectáreas en las que fueron de las mejores tierras del mundo.
La evidencia del deterioro de nuestros suelos es abrumadora e incontrastable y permite afirmar que la explotación agropecuaria produce una violenta crisis silenciosa que ocurre bajo nuestros pies. La paleta de síntomas de deterioro del suelo argentino ofrece todas las posibilidades de visualización, desde los de escala macro como desertificación en grandes áreas, cárcavas y zanjones en escala meso y la progresiva pérdida de cualidades de agregación, infiltración y fertilidad química cuando se observan con herramientas
adecuadas en escala de detalle.
Desde la estepa santacruceña hasta los valles altos de Salta y Jujuy, desde las cuchillas entrerrianas a los llanos riojanos se observan los daños que la equivocada actividad humana le provoca al suelo. La mayor superficie nacional de suelo deteriorado se debe al sobrepastoreo, que causa la pérdida por erosión al desaparecer la vegetación protectora del suelo. La producción de carne (bovinos, ovinos y caprinos) y lana (ovinos y caprinos) sobre pastizales naturales ocupa la mayor superficie productiva de Argentina y
practicada mediante explotación agropecuaria por unidades de todas las escalas ofrece el desolador panorama de destrucción del suelo en todo sitio.
La pérdida parcial o total de la vegetación expone al suelo a una agresión mayor de los agentes del clima al perderse la capacidad de amortiguamiento de la vegetación, disminuye su capacidad de captación de
lluvia, no infiltra y por lo tanto no dispondrá de agua para el crecimiento de lo que vaya quedando de vegetación. El pisoteo de la hacienda de pezuñas sobre un suelo desnudo agrava los daños.
En donde se producen granos las equivocadas técnicas agrícolas deterioran el suelo; en las regiones con pendiente la erosión hídrica acumulada por más de un siglo de explotación produjo la pérdida de espesor de suelo; igualmente en aquellas donde las características intrínsecas del suelo y clima predisponen su voladura la erosión eólica ha sido el agente erosivo.
La actividad productiva sin reposición de nutrientes ha conducido al progresivo empobrecimiento de la capacidad química del suelo de continuar abasteciendo el crecimiento vegetal. El contenido de materia orgánica de un suelo, sencillamente su contenido de carbono (COS: carbono orgánico del suelo), es un componente fundamental y también un indicador “testigo” de su salud y potencial productivo. Los mejores suelos argentinos han perdido en término medio un 50% en un cortísimo período de explotación
de algo más de un siglo.
La labranza inadecuada, rutinaria y repetitiva destruye la estructura del suelo y produce compactaciones en superficie y en profundidad; la falta de un plan sistemático de secuencia de cultivos que aporten carbono por sus rastrojos y raíces determina una pérdida progresiva del contenido de materia orgánica que a su vez dispara compactaciones y disminución de su capacidad de infiltración y almacenaje de agua; la disminución de la infiltración origina mayores volúmenes de escurrimiento que aguas abajo producen inundaciones. A su vez, la interrupción total del ciclo natural del suelo, impidiendo el crecimiento vegetal que incorpore carbono por largos períodos, no solo desbalancea el necesario equilibrio de materia orgánica, sino que la utilización de menos agua que la disponible dispara inundación y ascenso de las napas, y esto, en gran parte del territorio nacional produce salinización porque nuestras freáticas son generalmente salinas.
Sea por codicia, desesperación o ignorancia flotamos sobre una tragedia imperdonable a una sociedad que se dice agraria. El Sistema Nacional de Ciencia y Técnica (CyTnac) propone reemplazar la Eap por la Agricultura de Conservación (AC), sistema de producción que permite utilizar el suelo manteniendo sus cualidades intrínsecas indefinidamente. Sus prácticas o técnicas son conservacionistas, en contrario de las prácticas deteriorantes de la Eap. Estas prácticas permiten mantener (y aún mejorar) la calidad del suelo en simultáneo con la prevención y control de la erosión.
El CyTnac ha desarrollado alternativas superadoras de esta crisis, particularmente para las regiones pampeana y chaqueña. En muchos ambientes es posible recuperar un suelo degradado; en casi ningún ambiente es posible recuperar un suelo erosionado. La degradación es reversible hasta cierto punto; la erosión es irreversible.
El Desarrollo Sostenible ocurre sobre tres ejes: la eficiencia productiva, el equilibrio ambiental y la equidad social. En un futuro próximo toda actividad socio productiva deberá conducirse considerando estas premisas. Un componente básico del territorio entendido como entidad global que incluye recursos naturales y humanos y sus relaciones, es el suelo, soporte de la sociedad y recurso productivo y de esparcimiento y su deterioro ha sido uno de los más frecuentes causantes de involución de sociedades humanas.
En Argentina, hace 40 años fueron enunciados los principios de la AC. Existen numerosas y potentes evidencias de la conveniencia productiva, ambiental y social de la utilización de la AC para todos los ambientes de todas las regiones del país. Sin embargo, no está ocurriendo el reemplazo de la explotación agropecuaria por la Agricultura de Conservación. En la región pampeana, una práctica como la siembra directa, aún adoptada aisladamente, logró suavizar la pendiente de destrucción pero no modificar su
dirección y así también ha ocurrido con otras prácticas. Se trata de reemplazar un sistema no algún componente aislado.
La AC utiliza técnicas o prácticas conservacionistas que requieren prácticamente los mismos insumos y equipos que la Eap. La disponibilidad de personal exigido para pasar de la Eap a la AC es suficiente, pero debe invertirse en estos recursos humanos, capacitando a todos los actores, tanto para conocer y comprender los fenómenos de deterioro del suelo como para operar las técnicas de conservación. No existen requerimientos financieros adicionales para pasar de un sistema a otro y, además y es necesario explicitarlo, la disponibilidad de recursos monetarios en el sector agrario es extraordinariamente abundante en Argentina y se extraen de la sociedad para dirigirse hacia otros destinos que no es el del interés nacional.
Utilizar o usar el suelo y no explotarlo es un imperativo ético y como tal remite a la conducta política de habitantes, ciudadanos y sociedad involucrados en el uso y manejo del recurso. Ninguna de las iniciativas desarrolladas en los últimos 60 años logró revertir la crisis silenciosa del suelo. Instituciones de los estados nacional y provinciales como un sinnúmero de entidades civiles de diferente naturaleza encararon acciones tendientes a poner en evidencia y superar la crisis de nuestros suelos. Piadosamente podemos afirmar que sus resultados han sido pobrísimos.
Las evidencias del deterioro del recurso superabundan, entonces carece de sentido sobrecargar información y conocimientos con nuevos estudios para alcanzar el mismo diagnóstico: estamos consumiendo nuestro suelo irreparablemente. La reflexión sobre esta crisis determina dos interrogantes: 1: porqué se continúa practicando la explotación agropecuaria y 2: a quién corresponde la conservación.
La respuesta al primer interrogante remite a la tradicional búsqueda de rentabilidad de corto plazo que caracterizó la ocupación del territorio nacional desde la colonia, con su racionalidad económica de factoría y que no ha sido reemplazada por criterios económicos que contemplen costos ocultos y externalidades en el largo plazo. Decididamente, será mejor para la sociedad nacional que los actores que actúan sobre y
con el suelo y buscan renta de corto plazo se pasen al sector financiero y dejen la actividad a los verdaderos productores que son quienes asumen un comportamiento conservacionista en relación al suelo (y al ambiente).
La respuesta al segundo interrogante es sencilla: el propietario es quién define el sistema de producción que se aplica en su propiedad, a él le corresponde aplicar o gestionar la agricultura de conservación, ya que es a él a quién el estado provincial la ha entregado la potestad omnímoda de decidir qué hacer con ese suelo y de qué forma. Como toda actividad humana la agricultura en sentido amplio (que incluye a la
producción animal) se ejecuta en tres planos: lo fáctico, lo jurídico y lo ético. Conservar el suelo productivo, no destruirlo, es indiscutiblemente una cuestión ética (considerando aquella sencilla definición: la ética es lo mejor para todos). Para alcanzar metas fácticas de conservación de suelos debemos avanzar en la construcción de un marco jurídico que directamente obligue a abandonar la explotación agropecuaria para practicar agricultura de conservación y esto remite al ámbito de lo jurídico como herramienta que indique el camino de transición de un sistema a otro.
La Constitución Nacional indica el mecanismo para la construcción de un marco jurídico incluido en una Política de Estado en conservación de suelos, estableciendo requisitos mínimos de Uso y Manejo ajustados a su potencial productivo sin forzarlo. El mecanismo legal de inducción al cambio de sistema aparece como única alternativa dado que después de dos siglos de vida independiente no se percibe ninguna tendencia hacia el uso del suelo en reemplazo de su explotación.
La Política de Estado debe contemplar la legislación (lo jurídico) y las acciones concretas (lo fáctico) apoyadas ambas en la necesidad impostergable de cambiar el sistema de producción (lo ético). Obviamente existen sectores de la actividad agrícola (de nuevo en sentido amplio, incluyendo todas las actividades económicas de producción sobre el suelo) que estando cómodamente instalados mediante el uso de la explotación agropecuaria son refractarios a un cambio de la magnitud del pretendido. La respuesta a esta resistencia deberá operarse desde la política, primero asumiendo que esta crisis silenciosa afecta a la sociedad en su conjunto, que no es ético continuar promoviendo una forma de actividad
deteriorante del recurso y que existen alternativas superadoras y segundo mediante una legislación que obligue a reemplazar la explotación por un sistema que permita un uso indefinido del recurso, y que en nuestra opción es la AC.
El CyTnac ha acumulado conocimientos y experiencias suficientes para contribuir a la elaboración, puesta en funcionamiento, seguimiento y mejoramiento progresivo de una Política de Estado en Conservación de Suelos. Además, existen experiencias cercanas que pueden aportar ideas y métodos sobre cómo construir ese proyecto, en particular la uruguaya y la estadounidense. Reconociendo la distancia entre la realidad
argentina con la oriental o la estadounidense, es posible identificar una coincidencia básica entre ambas: su base fue la fusión de liderazgo técnico con voluntad política; y si bien encontramos liderazgos técnicos sobre el tema en cada región argentina, carecemos en contrario de voluntad política en todas las regiones argentinas.
Se requieren conocimientos y experiencia técnica de los que la sociedad argentina dispone pero seguramente no disponemos de conciencia pública y compromiso territorial en cantidad y calidad para poner a andar un proyecto consistente y progresivo que atienda a la necesidad histórica de proteger a nuestro suelo. Sin suelo fértil no hay futuro.